miércoles, 28 de mayo de 2008

¿Quién tiene el micropoder?

¿Sabía Tim Berners-Lee qué generaría su propuesta de la World Wide Web con respecto a la propiedad? La libertad de creación y la gran capacidad de publicación que supuso la red de redes, traza una quebradiza línea entre las posibilidades de dar a conocer cuestiones de producción propia y la más que posible utilización e incluso modificación de lo publicado por parte de terceros. Y lo más difícil… ¿De qué lado posicionarse? ¿Creador o usuario? ¿Quién tiene el poder? ¿Son posturas compatibles? He ahí la cuestión.






Tim Berners Lee / Fuente: Google Images







Defensores acérrimos del copyright, apasionados seguidores del copyleft… en la red, todos los usuarios opinan sobre estas posibilidades. Los derechos de autor (el denominado copyright) nacen como forma de protección de la propiedad y está ligado al concepto de la personalidad en el ámbito europeo.

Pongámonos en el caso del creador que “cuelga” su obra en Internet (una poesía, un tema musical, un ensayo literario…); obviamente, la persona que hace pública su obra en el entorno de Internet, se tiene que plantear bajo qué régimen va a realizarlo. Para ello, las dos posturas son claras: dejar la obra libre de la personalidad de autor para que otras personas puedan utilizar el material, o hacerse con un copyright para el producto en cuestión (sea el que sea) y causar que nadie, supuestamente, pueda usarlo sin permiso del creador.

Vídeo de "Enfoque", programa de TVE en el que se debatió el tema del copyright y del canon digital /Fuente: Youtube


Pero con lo que no contaba el copyright en sus inicios era con la capacidad de invención de hackers y programadores de la web que crearon programas capaces de almacenar los archivos que subían diferentes usuarios (sean temas musicales, copias de libros…). Esta “revolución” ya más que pasada (aunque sigue vigente con la misma fuerza o incluso más), provoca un cambio en la mentalidad del creador: ahora, todo usuario digital que se precie, sabe que una serie, una película, un disco, un libro…cualquier cuestión publicada puede aparecer (y casi seguro que lo hará) en Internet con opción de acceso gratuito a su contenido y descarga: el micropoder del usuario es una realidad.

Javier Cremades, autor de “Micropoder: la fuerza del ciudadano en la era digital”, habla en su libro de la necesidad de “repensar la propiedad intelectual” ante la vulnerabilidad de los sistemas de protección que supone una dificultad más que palpable de conseguir una protección total de lo publicado. Propone como solución la redefinición de la propiedad intelectual pero no su abolición.

Sin embargo, más allá del tema legal y burocrático que subyace en la idea de redefinir la propiedad intelectual, creo que la solución parte desde una dimensión más personalizada fuera de papeles y leyes. Me refiero a la adaptación. Esta palabra ha sido protagonista en la vida del ser humano desde su creación y lo sigue siendo ahora: nos adaptamos a la web, nos adaptamos a nuevos software, nuevas aplicaciones, nuevas tecnologías, nuevos aparatos, nuevas prestaciones… en definitiva, nos adaptamos. Como usuarios nos adaptamos a las nuevas posibilidades y utilizamos (y malutilizamos) las posibilidades que nos ofrece Internet aprovechando todo lo que éste nos ofrece. Tenemos el micropoder del mirón, del buscón y del pícaro. Y las tres W, son las perfectas compañeras para saciar nuestra curiosidad.

Pero ¿qué pasa con el creador? ¿Qué pasa con quien escribe, hace música, edita un video y lo ve en Internet a los dos días sin cobrar nada por ello? Sencillamente, se tiene que adaptar. Programas como Ares, Emule… son más que conocidos por los usuarios y generan una realidad presente y latente. La actuación de los creadores es diversa y tenemos el caso de la reacción ofensiva: el canon digital (definido por Cremades como “la imposición de un coste extra a los soportes digitales o, lo que es lo mismo, que el ciudadano pague más por un CD virgen o por un equipo de DVD para compensar al artista por las posibles copias privadas que pueda hacer”). ¿Se consigue algo con el canon digital? Esto sí que es tema para un verdadero debate que en realidad tiene siempre el mismo resultado: la teoría del “círculo vicioso” pues si el usuario tiene que pagar más por el nuevo disco de un artista debido a la implantación del canon, más razones tendrá éste de recurrir a la red y bajárselo gratis. Más usuarios que utilizan Internet para escuchar este disco y menos ventas del original… y el artista pierde todavía más.




Banda inglesa Radiohead / Fuente: cucharasonica











Pero por suerte, también tenemos creadores con otras posturas mucho más progresistas y, me atrevo a decir, inteligentes: Radiohead, grupo inglés de rock alternativo, lanzaron el 10 de octubre de 2007 su esperado disco “In rainbows” vía Internet por medio de su web oficial completamente gratis. Dan la opción de recibir donaciones por el disco (a gusto del consumidor) y de comprar el disco original con su libreto y sus fotografías por el “módico” precio de 17,50 euros en tiendas de música para sus fans más incondicionales. Y la gran pregunta… ¿Cuánto recaudaron los innovadores y arriesgados ingleses? Pues se calcula que entre 7 y 10 millones de dólares (la mayoría de las donaciones fueron de menos de 4 dólares). Radiohead son el ejemplo paradigmático de que el creador también tiene que ser capaz de adaptarse a la nueva realidad digital y sacar provecho de ella.

Como buena nostálgica a la que le gusta coleccionar discos y vinilos, sigo yendo por los pasillos de la fnac o de las pequeñas tiendas de música de toda la vida, buscando algún que otro tesoro que, escondido entre los nuevos éxitos del verano y las canciones típicas del folclore más profundo español, revivan los ritmos del grunge de Nirvana y del rock de Jimi Hendrix. Pero cuando trato de buscar algo más actual y los precios llegan a tornar mis ojos en blanco, prefiero una preescucha en Internet hasta que el paso de los años haga que ese precio monstruoso descienda. Y así, poder disfrutar del olor a nuevo de los libretos y de la sensación de que mis herederos dirán al mundo que yo, ¡oh pobre arcaica!, todavía utilizaba el soporte físico para mi deleite sonoro.

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